Edición, arte y diseño
La mudanza tenía a sus padres de los nervios. Corrían de un lado a otro dando órdenes mientras los hombres de la empresa de transporte colocaban los muebles. Ella paseaba por los pasillos de su nuevo hogar hasta que llegó a un cuarto que daba a toda la avenida. Se asomó a la ventana y le encantó lo que vio. Esa sería su habitación.
Alegre, dio media vuelta y entonces, en un rincón oscuro detrás de la puerta, sus ojos se posaron en una pequeña muñeca de trapo. Seguramente habría pertenecido a los antiguos inquilinos. Aunque, nada más recogerla del suelo, sintió que conectaron de una manera especial. Tanto que, a partir de ese día, no iba a ningún lado sin su muñeca.
Un día que su madre pasaba por delante de su puerta, la escuchó hablar con alguien. Se asomó con cuidado y comprobó que la otra voz la emulaba su hija. Y le pareció tierno, era una niña adorable. Se marchó, sin prestar atención a la conversación que en juegos tenía la pequeña.
—Pero no puedo volar…
—Sí puedes.
—No puedo.
—Sí puedes. Eres una niña especial. Eres bruja y por eso puedes entender a las muñecas. Agarra la escoba y prueba. ¡Verás qué divertido! Podremos ver todo el pueblo sin que nos vean a nosotras…y podremos buscar algún gato.
—¿Aunque no me dejen papá y mamá tener mascotas?
—¡Claro! No se van a enterar. ¡Eres bruja!
Convencida, la niña obedeció a la muñeca. Buscó la escoba de la cocina, regresó a su habitación, abrió la ventana y saltó.
Cuando abrió los ojos, observó cómo sus padres lloraban desconsolados. Algo extraño ocurría, le parecían mucho más altos de lo que eran. Intentó llamarlos, pero no parecían oírla.
Y en ese momento la vio. Una niña de pelo largo y negro, demacrada y muy fea, la miraba desde un rincón. —Años esperando a que alguna niña tonta ocupara mi lugar. Si tienes suerte, a lo mejor no tienes que esperar tanto como yo.
©2020, Verónica Monroy
La imagen utilizada para ilustrar este relato pertenece a su respectivo autor y se ha utilizado sin ninguna modificación ni con fines comerciales.
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