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Relatos terroríficos 1: El abuelo y su nieto

EL ABUELO Y SU NIETO

Sin experiencia en ningún oficio y con estudios muy básicos, se hacía muy difícil encontrar empleo. Por ello, Jessica no pudo creerse su suerte cuando encontró aquel anuncio buscando una empleada del hogar, aunque su sorpresa fue aún mayor el día en que se presentó en el domicilio y vio que quienes necesitaban dichos servicios eran un abuelo y su nieto.

Jessica, con algo de pudor, habló de su falta de experiencia laboral, aunque no dudó al manifestar su compromiso con el trabajo. Sabía cocinar, no tenía reticencias con la limpieza y se adaptaba bien a los horarios. Se vendió lo mejor que pudo, pese a que el hombre no lo necesitaba para contratarla.

Así, a los pocos días empezó a trabajar en el pequeño piso ubicado en la quinta planta de un antiguo edificio sin ascensor. Ese era el único inconveniente que vio Jessica, pues por lo demás se sentía encantada con su recién estrenado trabajo. A partir de ese momento, podría ahorrar y, de vez en cuando, darse algún capricho. Era una chica joven, dispuesta a aprovechar todas las oportunidades que se presentasen ante ella.

Todos los días sin falta, acudía a la vivienda del abuelo y su nieto y, mientras hacía las labores del hogar, observaba cómo el hombre entretenía al niño leyéndole un gran libro de cuentos. A Jessica no le parecía que el chico fuera demasiado pequeño para asistir a la escuela, pero su apariencia delgada y su tez pálida le hacían pensar que debía de estar enfermo. Por esa razón, que su abuelo nunca dejara de narrarle cuentos despertó en ella un sentimiento de ternura que, a su vez, le causaba cierta tristeza. Aquel trabajo era perfecto para empezar a ganar algo de dinero, pero no era suficiente. Siempre había querido ser peluquera y, con lo que obtuviera, pretendía formarse para así aspirar al oficio de sus sueños. Pensar en que algún día se tendría que despedir de aquella familia reducida pero entrañable le afectaba más de lo deseable.

Aunque eso cambiaría una mañana de cielo nuboso y gris.

Jessica se encontraba limpiando la encimera de la cocina cuando, oculta en el hueco entre el portacuchillos y la pared, halló una carta que el día anterior no se encontraba allí. «Para Jessica», vio escrito en el sobre con la inconfundible letra del abuelo. Curiosa, lo abrió para leer el contenido, pero la nota que encontró la desconcertó por completo:

«Jessica, lo siento. No tendría que haber permitido que vinieras. No tendría que haberte engañado. Pero él me obligó. El… el… Jessica, el niño es un demonio que me fuerza a leerle cuentos sin descanso. Yo… hace tiempo que debería haber muerto, mi tiempo en este mundo pasó hace décadas, pero retiene mi carne y mis huesos por puro entretenimiento. Sin embargo, mi voz ya apenas es un susurro cansado. Pese a todas sus artimañas, ya no doy más de mí, y lo sabe perfectamente. Se ha cansado de este viejo cadáver y busca un sustituto. ¡Huye, Jessica! ¡Vete de este piso maldito antes de que sea demasiado tarde! Lo siento mucho».

Confusa, se quedó unos segundos quieta, intentando procesar lo que había leído. Entonces, cuando su cerebro volvió a tomar contacto con la realidad, dio media vuelta, decidida a preguntar por la extraña nota al abuelo y segura de que se trataba de una broma de mal gusto. Pero se detuvo con un respingo. En el umbral de la puerta la esperaba el niño, con una mirada inocente que poco a poco mutó en una expresión sombría y diabólica.

Detrás, el polvo que se desprendía del cuerpo del abuelo al deshacerse escapaba por la ventana. El libro de cuentos caía al suelo.

©2023 (versión ampliada y revisada), Verónica Monroy.


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